Nostradamus no llegó a predecir el apagón analógico que nos llevan anunciando hace años. Ese día debería de encararse como una jornada de reflexión, como los previos a un sufragio universal, y sentir en los huesos cómo sería un día sin la caja estúpida. Ese
día que ya podría quedar señalado en nuestros calendarios para recordar cuánto hace que hemos apagado esas cenas en familia sentado alrededor del puchero, donde la comunicación y el diálogo, giraban entorno a discutir si el Tío Prudencio del pueblo llevaba peluquín o no, o si el vecino del tercero es homosexual. El apagón de esas velas testigos de descorches de cava y cenas debidamente atendidas, debidamente saboreadas. El de contemplar atardeceres acariciados por la voz de Billie Holiday y el llanto de un bebé en el patio de manzana. El apagón de la bom
billa de ese flexo que espiaba nuestras lecturas preferidas cuando las otras luces dormían. El apagón de las luces de un cine antes de iniciar la sesión o el de esa chimenea tan decorativa que ya no prende. Reflexión para recordar cuántas cosas apagamos cuando encendemos la televisión.
Supersonic-Man









El otro día recordé la sombrerería donde adquirí mi preciado sombrero de fieltro. Esta sombrerería es tan antigua como esas fotos de principios de siglo XX, en la que en toda concentración o multitud de personas aparecían luciendo esa prenda casi obligada, casi imprescindible y sin duda, siempre elegante. Ya 










