Siento que os lleve más de 60 segundos leer este acto pretencioso de querer dar la brasa, pero de qué sirve estar en un blog si no son por estas cosas.
Nos hospedamos en una centenaria Landetxea (casa rural) y me escapo por sus ruidosas tarimas mientras todos se entregan a la siesta. Subo escaleras crujientes y traspaso ciertas zonas que posiblemente no sean de uso común. Y llego hasta este desván donde la luz de sol y la brisa ecualizada por miles de hojas de castaños, hayas y fresnos secan las sábanas y exorcizan sus deslices y sus pecados.
Los recuerdos de la casa me observan desde las esquinas ensombrecidas, y un velo de polvo y tela las preserva de ser hurgadas por mis alérgicas intenciones de curiosear. Libros amarillentos, espejos combados, cajas atadas, cunas, cornamentas y algún juguete endemoniado por el tiempo, detienen su olvido ante mi presencia. Localizo una obligada mecedora y noto el desgarro de alguna previsible telaraña al sentarme. Mi minuto sólo es profanado por el rasgado de las patas de algún avecilla en el techo de madera, seguramente algún vencejo, o si nos podemos clasicistas en cuanto a desvanes se refiere, algún roedor con más curiosidad que nosotros. Es el momento de sacar el libro que llevo paseando días y aún no he conseguido abrir. Es una corta novela que hace tiempo leí y ya no recuerdo por qué. Ahora me auto convenzo que en estos momentos no sería lo mismo asir un eBook, chisme que he observado cómo acompañaba a muchos veraneantes y turistas tecnológicos.
. Abro el libro por cualquier página intentando calibrar el tiempo que me llevará releerlo, y un papel se desliza de su interior descubriendo su aplanado encarcelamiento. Al rescatarlo del suelo y librarlo de colarse por las dilatadas juntas de la vieja tarima, mi minuto se convierte en otro minuto del pasado. Ese manojo de segundos en que decidí guardar la entrada de Portishead (1998) y estuve buscando endiabladamente durante semanas. Al final no pude ir al concierto y desistí de buscarla. Maldita sea, casi desee que alguno me contará que el concierto fue un truñazo para liberar los rayos y centellas de mi cabeza, pero claro, son Portishead . Entonces pensé en todos esos pétalos de rosas, plumas de aves, entradas de cine, billetes de tranvías o servilletas garabateadas que aguardan entre las páginas de libros y por qué no, esas pestañas o huellas dactilares que marcaron un desliz en sus lecturas o un pensamiento que nos hizo rascarnos la cabeza o el ojo. ¿Y por qué elegimos esa página? ¿Alguna frase? ¿Algún poema? ¿El azar?
Tal vez la forma piramidal del techo del desván esté insuflando un campo de fuerza biactivo en mi cabeza y me esté poniendo de un romántico insufrible, pero creo que en este desván y en este minuto no hay lugar para un libro electrónico, ni tampoco para un reloj, ya que el tiempo se esfumó y nunca sabré cuánto tiempo permanecí entre sus caprichos.
Alguien sube las escaleras y abandono mi minuto y el desván que me abdujo. Tal vez echo de menos algún baúl.
Seguro que el concierto no fue para tanto.
Supersonic-Man
6 comentarios:
Qué chulas fotos y qué buen texto. Si no fijamos los minutos en lugares como éste, se nos escabullen y vuelan como si nada. No dejes que eso pase nunca! Gracias x compartirlo
No llevar reloj y estar sin cobertura mitifica más ese minuto.
Gracias a tí por comentarlo.
¡Oh! Me veo allí, en ese minuto propio, privado, víctima de mi propio ser, del momento y del lugar. Felicidades por tu entrada, nos hiciste compartirlo.
Sergi
Si, yo también te he visto ahí.
Hablando de minutos y de vida, y recordando a Raimon Pániker lo parafraseo cuando afirmaba que la vida no hay que aprovecharla, hay que vivirla...tu entrada recuerda que cuando mejor y más intensamente vivimos no es precisamente cuando aprovechamos el tiempo...yo estoy cansada de aprovecharlo.
Preciosas fotos...
Será cuestión de aprovecharnos de él en lugar de aprovercharlo.
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